Las medidas de precaución llevadas a cabo por los países europeos estaban dotadas de una aparente exageración que recordaba a episodios como el SARS, el H1N1, el ébola, el MERS o el Zika. Sin embargo, el 24 de enero aparecían los dos primeros casos de la enfermedad en Europa, concretamente en Francia, a los que le seguirían más países europeos como Alemania, Rumanía, Austria o Italia. El 31 de enero haría acto de presencia en España y semanas más tarde cruzaría el atlántico hasta llegar a Brasil. Ahora empresas, escuelas y aeropuertos han generado reacciones que, en retrospectiva, parecen desproporcionadas en relación con el impacto real de la enfermedad. El brote de SARS de 2002-2003 en China por ejemplo (también un coronavirus, probablemente transmitido de los murciélagos al hombre) infectó a 8.000 personas y causó menos de 800 muertes y el resultado en pérdidas fue de alrededor de 50.000 millones de dólares en actividad económica, debido al cierre de fronteras, interrupciones de viajes, alteraciones comerciales y costos de atención médica de emergencia, que propone realmente la OMS para tratar la enfermedad del coronavirus (COVID-19) a pacientes con infección presunta o confirmada.
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